domingo, mayo 22, 2011

No me dejes extrañarte.

Vas a extrañarme: cuando no haya quién se disfrace de Dalí en Halloween, cuando nadie te actualice rato a rato una lectura del Quijote. Cuando estemos lejos y pienses en mí, pensarás los detalles que nunca pensaste antes, como mis dedos acariciando tus orejas y la invitación a cenar incansable que no cumpliste. Cuánto me querrás entonces, cuando te percates en la falta de fuerza de todas las miradas y que, ahora te das cuenta, siempre estuvo en la mía si te miraba. ¿Qué si se vacía el tanque en visitarte? ¿Qué si me sorprende la madrugada barriendo escombros a tu lado? Extrañarás decirme no, y la promesa en mi garganta de siempre volver a intentarlo. Y anhelarás lo que un día dejaste soñar al aire: Europa en nuestras espaldas y un tren bajo los pies. Quizás debí ser piloto para volar contigo por el mundo, en el calor de un abrazo y un beso jamás entregado. Pero estaremos lejos, casi olvidados ─como un recuerdo─, enmendando al mundo tras cada veredicto, lejos de mis manos y los parpadeos en que casi pueda verte. Será entonces, con mil memorias bajo la almohada, que imaginarás cómo habría sido: películas a blanco y negro sosteniendo nuestras manos, discusiones absurdas (donde yo pretenda saber mucho de política y tú no lo suficiente), tres hijas con tus ojos y tu cabello, para nunca cortarlo, y un cielo que nos ve hacernos viejos para entonces recordarnos, lejos.
No me extrañes, ni a mis bigotes mal pegados sobre mis labios, ni a mis libros. No pienses con lejanía en mis detalles, ni en mis dedos al tocar tu piel, ni a la conversación entre el colisionar de los cubiertos. No me quieras hasta entonces, ni a la fuerza de mis ojos en tu rostro que nunca encontraste en otro. Porque seré yo quien esté ahí: para pasear con tus pasos por Madrid y respirar uno con otro frente a las luces de París, para ser tu piloto y quererte en cada rincón del mundo.
No, no me dejes extrañarte.

lunes, mayo 16, 2011

texto apócrifo número uno

Lo supe así,
mientras dormías,
y se iba oxidando el tiempo en los lunares de tu espalda.
Y yo me derretía.
Y dices ahora, cuando se nos frena el tiempo
─así, vueltos Dalí─
“yo siempre te he querido,
como a una blanca con puntillo, como a una tilde impresa;
te he querido hace mil recuerdos
y una sonrisa, y diez uñas en mi espalda”,
porque te gusta enamorarme
y pasearme entre tu cielo
(que ya casi es mío, cuando quieras compartirlo).
Así penumbra tras penumbra,
o balcón de Julieta
y un Romeo que te regala pizza,
no sé qué responderte.

Eres tú, como aire en mi bicicleta
(como aire en mis pulmones)
que se vuelve impulso en cada beso.
Empujándome.
Y si no hay mañana, yo te lo construyo;
si no hay brisa, te comparto de mi aliento.
¿No es ésta la promesa?
Y con ojos ciegos, caminamos hacia ella.
(psst,
eres mi estrella)

Disculpa si se me va la vida en quererte,
en pensarte en mil instantes, eternas horas.
Me voy y te vas,
escurridos, vueltos Dalí, como un beso lanzado al viento.
Y te conviertes en tu madre
cuando me miras y, qué discreta,
me regalas con el ojo un guiño.
Y te quiero:
porque nadie más me regala guiños
porque de nadie más me rozan las piernas
....como danza secreta/invitación
porque me despiertas todas las mañanas
entre el calor del recuerdo
y la esperanza terca del futuro.