Ramiro le está cortando el cabello a Carlos, quien ha decidido finalmente entrar a una de esas estéticas de gente joven. Tiene la esperanza de así contagiarse de un estilo que el mundo parece exigirle para dormir con una mujer que pueda volver a ver después de una noche. Tendrá una cita en tres horas con Laura, a quien conoció esa mañana en el cuarto de la copiadora del edificio en que trabaja. Ella no trabaja ahí, entró al edificio para ahorrarse el caminar de tres cuadras y media calle abajo y los cincuenta centavos en el fondo de su bolsa para sacar una copia del diagnóstico recién recibido de su ginecólogo, el cual meterá luego en un sobre para dejarlo al pie de la puerta de Sergio, su pareja de tres noches, anunciándole que tiene sífilis. Esto no solo lo hará rabiar, sino que le dará también la fuerte convicción para dejar sus fines de semana de bar saliendo de la oficina, la cual durará un fin de semana y medio. Le hará pasar un mal rato a su esposa en la noche cuando se rehúse a tener sexo por temor a contagiarla y por este medio descubra ella sus engaños. Esto la hará sentir sexualmente inatractiva, justo hoy que ha cocinado por cuatro horas en honor al segundo aniversario de su boda. Raúl no la trataría así, piensa, recordando a su exnovio ausente al decir ella “acepto”. La verdad es que él dejó de quererla hace mucho, y su ausencia se debió a un asunto muy lejano a su drama romántico: su madre fue internada en el hospital esa noche para iniciar el tratamiento contra el cáncer alojado en sus pulmones. Éste la venció como todo buen villano siete meses después mientras Raúl la tomaba de la mano; su último pensamiento fue Leonor, la amiga que más quiso. Pero ella nunca habría de saberlo, de hecho, no habría de enterarse siquiera de su muerte hasta seis días después al volver de uno de sus viajes en crucero. La noticia la abrumará de inmediato, pero no llorará hasta dos horas después, cuando pueda estar sola. Tres semanas a partir de ese momento no podrá dejar de recordar el viaje a Puebla en que ambas se conocieron bajo el ardor del tequila en sus gargantas. Visitar el lugar donde reposan sus cenizas la hará olvidar la pequeña ceremonia de graduación de la escuela primaria de su única nieta. Ella no lo resentirá, por supuesto, y ni siquiera ocupará un lugar en su memoria siete años después, cuando se crea más enamorada que cualquier otra mujer que haya vivido. Javier se encargará de romper sus ilusiones cuando la mire un día a los ojos y no distinga en ellos su mejor atardecer, y se dé cuenta que no la ama y nunca lo hará. No es una mala persona y sus intenciones están lejos de ser maliciosas, pero pensará lo contrario ochenta y dos horas después, cuando resbale por la acera congelada de su último invierno y un golpe en la nuca lo mate. Su corazón le salvará la vida a un hombre en una operación seis horas más tarde, cuya sangre se le hacía ya muy pesada al suyo, logrando así su propósito sin que él lo llegue a saber. Esteban saldrá del hospital con un corazón y aires nuevos, y cual si hubiese vivido una revelación en el quirófano, llamará a su primer amor, a quien no ve desde que tenía veintitrés años hace ya muchos ayeres. Se reconciliarán, y Ramiro le perdonará el dolor que sentía a punzadas y le dejó sin lágrimas hace más de cinco años. Pero Ramiro no sabe nada de esto aún, no sabe siquiera que justo hoy será el día que comenzará a llorar. Hoy solo se dedica a ignorarlo, y a cortarle el cabello a Carlos, quien en seis horas contraerá sífilis.
domingo, octubre 10, 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Es raro que esté escrito en futuro pero, precisamente por eso, queda original :)
Im-presionante :O
Me encantan este tipo de historias en las que todos los personajes están relacionados sin saberlo ;)
Publicar un comentario