1
Se estaba muriendo frente a mis ojos, y no había nada que yo pudiera hacer al respecto.
Había maquinas conectadas a su cuerpo: aparatos que la oprimían cual violadores de su libertad. Dependía de ellos para vivir. De todo cuanto podría haber perdido, era su libre existencia lo que más dolía.
Deseaba, más que nada en el mundo, que ella estuviera viviendo en un hermoso sueño, y que la ignorancia la mantuviera ajena a su realidad. Quería, sobre todo, que ella estuviera viviendo en un mundo que sí la mereciera.
2
─¡Haga algo, puta madre!
─¡Señor, voy a pedirle….
─¡¿De qué le sirven todos sus pinches títulos si no puede salvarla?! ¡¿De qué le sirvieron todos sus años de estudio?!
─Por favor, cálmese. Debe saber que estamos haciendo todo lo que podemos.
─¿Y por qué no mejora? ¡Cada día está más pálida! ¡Cada día está más fría!
─Hemos hecho todo lo posible para asegurar que siga viviendo.
─¡¿Y de qué sirve eso si ella no hace mas que morirse más día con día?
─Todo lo que estaba en nuestras manos está hecho. Ahora todo depende de ella, y de cómo su cuerpo reaccione. El ritmo de sus signos vitales ha disminuido, sí, pero aún hay esperanzas de que mejore.
─¿Por qué… por qué no puede despertar? ¿Por qué no puedo oír su voz? ¡¿Por qué merece ella vivir menos que cualquier otro?!
3
La primera vez que me sonrió, supe que la amaría por siempre. No sabía nada de ella, y ella nada sabía de mí. Pero vi en sus ojos una salvación, una respuesta a este absurdo mundo. Y su cabello siempre olía a rosas. Y cuando mi piel tocaba la suya, despertaba en mí un éxtasis que los ángeles envidiaban, pero que nadie más notaba.
Éramos ella y yo, la musa y el artista, la creadora y la creación.
4
─Hola ─dijo ahí, bajo el umbral de mi puerta ─. Espero que no te moleste que haya venido.
─¡No! No… para nada ─respondí, atónito ─. ¿Ocurre algo?
─Me dijeron que estabas enfermo, y quise venir a ver si te encontrabas bien, o si necesitabas algo.
Y sonrió.
─No te hubieras molestado, es muy tarde ─escondí mi placer en preocupación.
─Vivo aquí cerca, y… ─miró al suelo, y después posó sus ojos llenos de alma en los míos de nuevo ─quería verte.
Nos miramos sin hacer movimiento alguno, y el viento era la única voz audible, susurrándonos un por siempre. Nos miramos por dos minutos y cuarenta y siete segundos: una vida entera, y que aun así no era suficiente para mí. Me acerqué y toqué sus brazos. Paseé mis dedos por toda su extensión. Toqué sus labios, que llamaban a los míos como la inspiración a un poeta.
La besé, y ella me besó.
Y fuimos uno. Por sólo una milésima parte de nuestras vidas, en un lugar de los miles que encontraríamos a lo largo de ella, fuimos uno.
─Es tarde ─dijo en un susurro, sin apartarse de mis brazos ─debo irme.
─Sí… ─susurré, y la sostuve con más fuerza, tratando de hacer eternos esos últimos segundos.
Pero no tuve éxito. Se alejó de mí sin decir otra palabra, sólo me miraba. Y sonrió.
La atropellaron esa noche. Poco antes de llegar a su destino, se encontraba tirada en el frío asfalto, sangrando. Y sus ojos se habían cerrado.
5
Y ahí estaba yo, y ahí estaba ella. Quería ser fuerte y pensar que un milagro la traería de vuelta a mí. Pero cada día que la muerte paseaba a su lado, la realidad se volvía más inminente en mi pensamiento: jamás la vería sonreír de nuevo. Y jamás me miraría como esa noche en que sus ojos se despidieron de mí en palabras invisibles que no pude descifrar. “Debo irme”, me había dicho.
Y lloré.
Dejé que mis lágrimas gritaran todo lo que no había gritado. Tomé su fría mano entre las mías y la apreté contra mis labios. Ya no había magia., ya no había rosas. La miré, ahí tendida con escasa vida, y la amé como nunca.
Me puse de pie a su lado, y suavemente la besé. Sentí en mis labios la vida escapando de ella.
6
Sus ojos se abrieron y se posaron sobre mí. Y no supe que decir. Sollocé mientras la tomaba entre mis brazos con la mayor delicadeza que mi excitación me permitía. La besé, y ella me besó. Estaba ahí, junto a mí, sonriendo.
─No sé… no tengo idea de qué habría hecho sin ti ─le dije sin aliento, tan rápido que hacía de mi voz un sollozo, pero no importaba: todo carecía de significado ahora ─no sabes cuánto soñé con verte así por sólo un instante, sólo por verte sonreír una vez más…
Tomé un momento para respirar. Había tanto que quería decirle: cómo había extrañado la calidez de su cuerpo y la mirada de su alma, cómo había grabado en mi memoria cada una de sus facciones, y cómo su voz me había salvado de mis propios demonios. Pero las palabras jamás serían suficientes para decir todo lo que debía ser dicho.
─Te amo ─dije, en un torpe intento por resumirlo todo.
Te amo…
7
Murió esa tarde, sin llegar nunca a despertar. Su vida se esfumó del mundo, llevándose a la mía de la mano.
El mundo seguirá, y el reloj no detendrá sus manecillas, esperando que mis lágrimas sequen. Pero mi alma habrá de permanecer por siempre en ese sueño lucido, en esa hermosa ilusión. Y aunque ella nunca abrió sus ojos aquella vez, ni me sonrió después de haberla besado… aún cuando ese último ─y único ─”te amo” no fue una realidad, es para mí una parte de mi existencia; la más importante, quizás, y la única que me mantiene vivo.
Y ahí estoy, junto a ella, en la oscura habitación de un frío hospital. Pero ella lo ilumina todo, y su calor me separa de la muerte. Ahí estoy, viviendo un sueño más poderoso que mi misma realidad, sosteniendo la frágil mano que me aferra a la vida, oliendo la esencia de las rosas…
Y ahí está ella, sonriendo.
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