Escuchas tu nombre al compás de una última mirada en el espejo, sonríes con el labial que esconde las grietas en tus labios. Te llaman por un nombre que no es tu nombre, y olvidas a conciencia que no eres lo que otras noches soñaste. Escuchas, también, las porras de aquellos que te admiran desde las gradas de te escenario: ellos que no tienen cara, que no tienen nombre, que no tuvieron pasado ni tendrán futuro; no a tu lado. Sientes el ardor de la cocaína en tu nariz, sin saber si algún día desaparecerá. Caminas ─casi corres─ por el pasillo que siempre se alarga en la mañana, y las luces te deslumbran apenas escapas de las sombras. Te aman: porque eres hermosa y no reparan en las ojeras bajo tus ojos ni en el brillo del que carecen, porque llenan su garganta con tu nombre y lo soplan todo en besos, porque su algarabía ahuyenta tu soledad. Levanta tus brazos y mueve tus piernas, acaricia tus tetas y muerde tus labios. Eres una diosa y bailas frente al mundo. Ahogas el llanto de tu padre y la agonía de tu madre con sus gritos al tocarte. Abres tus ojos, miras a tu público: es casi un juego adivinar a quién sentirás dentro esta noche. Te dejas tragar por su lujuria, por las luces y las ocultas imperfecciones; te has dejado tragar ya tanto que no sientes escasear tu alma: pronto no quedará nada. Pero no importa, porque ellos te aman y tú les bailas. Tiraste tu pasado esquina por esquina en ya tantas ciudades, vives en distorsiones de sueños que tuviste cuando no sabías que existía la realidad que ahora te coge día con día. Pero no importa, porque por otro minuto, antes de que el sol regrese, lo eres todo sin sentir nada.
Y casi te sientes llorar, porque eres hermosa y todos te aman.
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