No se trata de encontrarte a la vuelta de cada página, te lo he dicho. Quizás hubo un tiempo en que hubieses amado los tatuajes en mi espalda y el vapor de mi piel cociéndose al sol, pero lo cierto es que no me queda nada de eso, nada. Aún te creo los futuros que juras cuando parpadeas y me alimentas del queso con que está hecha la luna, y lo vomito cuando duermes porque no sabes cuánto lo odio en mi boca. No te deseo como otra ni que tus labios se ausenten a ratos, pero desearía tener el valor de desearlo; querida, ¿ya cuánto nos hemos engañado? Y no me respondes porque, como yo, te está matando el miedo de ver tras el humo en que nos ocultamos. Vamos, que hoy te prometo intentarlo: quiero ser el hombre que no quieres, el que te rasguñe la cintura y te muerda la lengua, y te deje jadeando, y te deje queriendo estar muerta. Olvida el reloj, olvida la silla favorita de tu madre y los azulejos que opacaste con tu aliento; olvídalo todo, pero no a mí. A mí, más que vivirme, recuérdame como el que te enamoró y se colapsó en tus brazos, al que venció a la vida misma para ganar el derecho a rendirse contigo. Y suspírame, suspírame mucho. Me respiro tus ausencias a las dos de la mañana, estando nuestros cuerpos en la cama, y me siento jodido, amor, jodido de tantos besos esparcidos en la nada dentro de tus ojos: ¿dónde quedó tu alma?
Mejor ya no pienses nada, mejor ya no intentaré quererte.
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