Te servirán las margaritas, Billy, para el día en que te entierren y nadie se pose frente a tu lápida para leer tu nombre. Quizás de hoy en delante no sabrás cómo se debe terminar la vida, justo cuando lo necesitas, pero ya verás que la flaca es la mejor maestra para estas cosas, y uno el mejor estudiante si se tiene una cama tan cómoda como la tuya. Ya ves, Billy, que tus días de boca de lobo y tus noches a la luz de un cigarrillo te dejaron puras lágrimas en el rostro, de ésas que no se lloran en funerales ni en hospitales. Qué buena vida le arrebatamos al tiempo, ¿no? Si me preguntan, les diré que te fuiste sonriendo, y casi puedo prometerte que no podrán dudarlo; quién sabe, igual y hasta ellos sonrían cuando les cuente. No te pongas triste, Billy, que un ceño fruncido te pesa mucho, y vas a necesitar estar ligero cuando tengas que partir volando. Me voy a quedar aquí toda la noche, para que sepas que te quiero, y si te empieza a doler el cuerpo, te cuento historias de una ciudad que le dio el mundo a una persona cuando no tenía nada más que ofrecerle, y de luces de neón en calles vacías, desde hace mucho desiertas, de bicicletas empolvadas que se montaron sobre nubes y gritos de una madre al parque anunciando la cena que ya estaba servida. Y verás cómo entonces ya no duele tanto. Es que a mí, Billy, cuando estuviste a mi lado, tampoco me dolió tanto.
martes, abril 05, 2011
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