Hoy, mi mamá llamó para decirme que mi abuelo murió.
......Ya pasaba de los ochenta años, era diabético y tenía el mal de Parkinson. Llevaba tiempo que se le olvidaban las cosas, en que nos asustaba a todos un día cualquiera tras haberse caído. Uno pensaría que era ya un hombre gastado, debilitado, pero la verdad es que ha sido uno de los hombres más fuertes que he conocido. Recuerdo cuando de niño lo visitaba, él siempre me saludaba atrapándome entre sus brazos, me decía que era más fuerte que Superman y que nunca me iba a poder escapar. Siempre que me veía con un nuevo corte de cabello, me decía que no debía haberme dejado, que a la otra le hablara y entre los dos nos los sonábamos. Raras veces fue necesario que mis padres le pidieran que nos llevara o recogiera de la escuela a mí y a mis hermanas, pero siempre que lo hacía nos ponía algún billete en la mano antes de que bajáramos del auto, “para que te compres una soda o unas papitas”, nos decía.
......Le encantaba leer. La pregunta obligatoria al verlo era siempre “¿Y qué estás leyendo?”, y yo me sentía orgulloso de poder responderle siquiera con esas novelas que a él no le habrían interesado. Me contaba que su papá siempre le dijo que era importante nunca dejar de leer, aun si tenía que ser anuncios en el periódico. Cada vez que estábamos en su casa y el tema salía al aire, me decía que viera los libros que tenía en su librero, que agarrara el que más me gustara y, cuando lo terminara, volviera por otro. Por supuesto, nunca tomé ninguna de sus novelas políticas o ensayos sobre la vida; a mí no me interesaban sus libros. Un día me anunció que iba a regalarme un libro que me ayudaría mucho, titulado “Hace falta un muchacho”, haciendo referencia a los negocios donde se solicitan asistentes. Como imaginé, el libro estaba lleno de normas para los virtuosos, de la conducta solidaria hacia los demás y hacia uno mismo, básicamente, del buen ser. Cuando me lo dio, escribió en la primera página la fecha y el evento con su letra temblorosa, tan frágil y bien intencionada como él: “Para César Andrés de su abuelo, Enero 17 del 2006”.
......Antes de colgar, mi mamá me dijo que debía hacer una oración por él. No soy muy devoto de la religión, no acostumbro rezar, pero sentí que esta vez era necesario, si no por mis creencias, por el respeto a la suyas. Después de las oraciones preestablecidas, llegó el momento en que siempre me pareció que debe uno dirigirse a Dios con sus propias palabras, pero me di cuenta que no sabía qué decir. ¿Qué podía decirle a Dios acerca del abuelo que siempre me tuvo en su pensamiento, que siempre estuvo ahí con su puntualidad y rectitud para lo que necesitara, que siempre me quiso y se negaba a encontrar defecto alguno en mí? De niño nunca podía escapar de sus brazos, siempre era muy fuerte como para dejarme ir; ahora me doy cuenta que nunca tuve oportunidad de escapar, pero ya dejé de intentar. Así, pensando en todo lo que me dio ─mucho más de lo que algún día alcanzaré a apreciar─ y las historias que ya nunca podré preguntarle, recordando su voz y sus ojos, la fuerza con que hizo posible todo lo que soy desde antes que naciera, solo pude decirle a Dios: gracias.
......Vaya a donde vaya, estás presente, abuelito.
1 comentarios:
No sabía, lo siento César.
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