Carlos enciende un cigarro y las primeras cenizas se pierden en el viento de una madrugada nublada. Ha dado cinco pasos fuera del balcón, cinco pasos lejos del Cristo crucificado que le dio su madre y una distancia sin medidas de su fe. Hay una mujer aún durmiendo en la cama, una mujer con nombre y rostro como muchas antes que ella, pero nunca importó. Ha habido nombres tras fechas tras besos tras heridas, y despertar es siempre una mezcla homogénea, un todo que ha dejado al cuerpo muy cansado, al alma exhausta. En un exhalar se escapa el humo de la garganta y se dispersa por el cielo hasta que ya no existe: empezó innombrable y le siguió alguna María, con tardes de Amaranta, noches de Soledad y alguna Lucía en el camino; ha habido mordidas en el cuello y bostezos sobre el cuerpo, o dolores en el pecho cuando quiere escapar un nombre por semanas ausente. Carlos mira la mañana que lo rodea, preguntándose cuándo verá un amanecer. Bajo cada nube encuentra un remordimiento que creía haber enterrado ayer, el mismo que ha venido enterrando tras cada dormir sin sueño y cada cigarro en el balcón. Es un pasado que por hoy enterrará de nuevo, para ver si de él germina un futuro que jamás vio crecer. Habrá más nubes y habrá más mañanas, habrá más Lauras y Leonores y Dianas y Sandras, habrá más pasos ─cada vez más lejos─ afuera del balcón y más humo que algún día algo habrá de pesar. Se enciende la ceniza con una última bocanada y desaparece esa entidad de aire en una danza hacia todos y ningún lado. Carlos siente la mañana en sus pulmones y camina de regreso adentro, a la cama, al Cristo, a la mujer: a cualquier lugar donde ésta no pueda encontrarlo.
miércoles, junio 27, 2012
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