La audiencia del cine me tiene indignadísimo.
Últimamente, no puedo ir a ver una película en la pantalla grande (una de las experiencias más maravillosas en la vida) sin que ésta esté compañana por un grupo de adolescentes idiotas sin el más mínimo respeto por la presentación y el derecho de los demás presentes. Entiendo lo que es hacer ruido en esa sala donde el silencio reina ─o debería─ y reír junto a tus amigos, e incluso tengo recuerdos agradables que incluyen a algún empleado del cine pidiéndonos con toda severidad que nos marchemos de la sala. Pero la rebeldía de esa época acabó hace ya tiempo, quizás hace cuatro años y no había entrado siquiera a la preparatoria. Y lo que me encuentro ahora es gente de mi edad hablando tan fuerte como les es posible, y pareciera que se sienten forzados a hacerlo, porque dicen más de lo que normalmente piensan.
La película que vi esta vez pasada tenía, como cualquier otra, momentos de completo silencio donde la expresión de los actores lo era todo y el efecto de drama y suspenso se intensificaban a medido que todos esperaban en sus asientos el próximo movimiento, la próxima palabra que le daría sentido a todo; una mujer dijo fuertemente con la voz más molesta que pudo ingeniar hacer "oh, my gah, wats goin on?!". Por supuesto, se escucharon risas y el murmuro de varias personas. La emoción de los artistas que se presentaban como gigantes sólo para nosotros y el arte que nos ofrecían se vio instantaneamente ridiculizada, se fue ignorada y pisoteada por una mujer estúpida que dicidió actuar como sólo sería apropiado en una de sus pedas.
Muchos me tomarán por exagerado, ambiguo o anacrónico, pero estos pequeños hechos son para mí sólo una muestra más de la decadencia de la sociedad y la pérdida de los valores que bien podríamos usar para arreglar nuestra penosa situación. Y es que si no podemos respetar el derecho ajeno de nuestros semejantes durante dos horas, ¿cómo esperamos superarnos y progresar en lo que tarda una vida?
1 comentarios:
Gran reflexión.
No me había parado a pensar que a veces esos detalles tienen tanta importancia, aunque sea relativamente.
¡Un besazo!
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