lunes, febrero 24, 2014

Quisiera haberte conocido, madre.

Quisiera haberte conocido, madre,
con tu mochila sobre el hombro
y tus trenzas
caminando hacia la escuela.
Quisiera haberte visto hacer tu tarea
o los garabatos de tu mano a tu cuaderno
sin miedo en los trazos de tus sueños:
soñando a ser maestra
soñando a ser bailarina
soñando a ser científica 
pero siempre jugando a ser mamá.
Y quisiera haberte visto 
nerviosa frente a él
con la garganta ahogada en tus palabras
y tu mirada baja.
Madre, me hubiese gustado hallarte así,
enamorada,
para decirte cuánto te mereces,
para decirte que busques quien te quiera
casi tanto como tú vas a quererme.
Te diría, madre,
no te cases con mi padre
porque vas a preguntarte el resto de tu vida
si tomaste la decisión que debías.
Y quisiera advertirte
así de novia frente al altar
y el corazón en la boca
que habrá días en que la vida
no será lo que creíste que sería
y los años nos van pesando.
Pero, madre,
así como me hubiese gustado verte reír
en la inocencia de tus mañanas,
me has hecho reír en tus tardes
(aun de lejos,
sigues iluminándome las noches).
Y sé que sabes, madre,
que todo ha valido la pena
que volverías a librar las batallas
que todos los días libraste
y sé que sabes
que me siento orgulloso
de poder decir
que al menos hoy, madre, te conozco.

domingo, octubre 27, 2013

Explícito.

Ah.
Ah.
Ah.
Oh.
Ah.
Son los gemidos de una mujer que no puedo tocar, y puedo jurar que se escuchan igualitos a los de Martina. Qué ojos tenía ella, y qué culo y qué piernas, pero qué culero nombre le tocó tener. Así se llamaba la madre de su padre, y por culpa de los padres de su abuela, a Martina siempre podía molestársele llamándola por su homónimo varón. Pero yo nunca lo hacía por molestarla, porque yo siempre la quise mucho (demasiado) e incluso llegué a decirle que tanto así la quería, que si fuese hombre dejaría que me cogiera al menos de vez en cuando. Y yo pensaba que era muy romántico el decirlo, pero ella me miraba extraño y luego se reía, y me decía que no fuera pendejo, que aun siendo hombre a él le gustaría que fuese yo quien lo cogiera. Y yo pienso que eso era todavía más romántico, y que nunca podré decir te quiero tan bien como lo haría Martín. Es entonces cuando pienso que quizás no era ese culo suyo sobre mis muslos ni esas piernas enredadas en mi cadera lo que amaba de ella, y pienso en todas las piernas y todos los culos que pudieron ser, pero que no eran, y en todo lo que, por no ser, sí fue. Así le decía al oído: "Martina, yo a ti te cogía aunque fueras otra, o aunque fueras otro", y creo que nunca entendió cuánto la quería nada más por lo que veía en sus ojos. Y ahora que escucho los gemidos de esa mujer —impotente, espectador—, pudiendo ser los de cualquier otra, puedo comenzar a confundirlos con los míos, y casi me río por la segregación de este mundo andrógino en el que vivimos. Ya estoy terminando.
Ah.
Ah.
Ah.

domingo, junio 30, 2013

Con todas estas cicatrices.

no me preocupan las batallas, 
todas esas bombas 
y cada bala que se dispara 
y acierta en mi piel 
de las guerras donde tantos mueren 
por dejarse caer. 
pero me asusta que no me vayas a querer 
con todas estas cicatrices 
con el brazo que pueda un día no tener 
para rodearte la cintura, 
y las piernas que me falten 
para seguirte los pasos. 

¿me quieres así 
marcado, mutilado 
por tantas minas que he pisado 
cuando llegue a donde estés 
y me veas así 
lastimado? 
ya que al final habré atravesado
aquella zona de combate 
para abrirme estas llagas 
para lacerarme el alma 
para que me laves las heridas 










 .................................................. ...............para que puedas curarlas.

domingo, abril 28, 2013

Quizás

Quizás debí quedarme en casa. Quizás debí haber ido a más fiestas. Quizás debí haber jugado más futbol en la prepa. Quizás debí haber dicho cosas que no dije. Quizás no debí enojarme tanto. Quizás debí ser más impulsivo. Quizás nunca debí dejar de llorar. Quizás debí querer menos. Quizás no había nada de malo en mí. Quizás debí haber dibujado más. Quizás sí era feliz. Quizás debí confiar más en la gente. Quizás debí confiar más en mí. Quizás debí abandonar algunas ilusiones. Quizás debí aferrarme a otras.

Quizás debí haber tenido una vida diferente. Quizás las cosas hubiesen podido salir mejor.
Pero me tocó que fuera esto lo que tengo que vivir, y ya no sirve pensar en lo que quizás pudo ser.

viernes, febrero 22, 2013

Era el '99 y me asustaba el fin del mundo.


Era el '99 y me asustaba el fin del mundo. 
...…Eso le dije
...…tomándola de las manos
...…y temblando.
…  Y ella me miró callada
…....…asintiendo quedito
...…tal vez sin darse cuenta
....   que sus ojos me decían: 
"También estoy asustada"

No quería morirme sin saber lo que era un beso.
…...Quería decirle, pero no me atrevía
…...porque quizás no era nadie para desafiar
….                    .............................   .a la vida
                     .............................     o a la muerte
               .............................           o a Dios. 
Sea lo que sea que se cernía sobre nuestras cabezas.
…   Pero le decía en el sudor de mis manos
…   y el silencio entre nuestras bocas
              (atrapado)
   …que sólo era un niño nervioso
…   al que le urgía ser un hombre.

…   Me dijo que sí
……      que estaba asustada
……      que no éramos nadie
…   con sus labios
…   pero sin decir nada.
Y así fue como acabó el mundo
…   así de corto y silencioso
un traslapo de respiraciones apenas descubiertas.
…   Y aun creyendo que todo terminaba
…   no sabíamos que un beso es siempre un comienzo

Pero que sí.
Todo acaba.

…   Puedo
……    sin embargo
…   volver a veces a esa tarde del '99
y verla clara a ella
…   aunque antes
        ........           y después de aquel recuerdo 
   …siempre la vi borrosa. 
…   Y puedo vivir un rato
   …en ese momento en que me sentía casi muerto
…   bajo el apocalipsis de las nubes y el cielo.
Pidiendo más tiempo
o que se pare el universo

nada más para un beso.


miércoles, diciembre 19, 2012

Cigarros / Castigo eterno.

........Aún hay noches en que recuerdo a la madre Carmen y la manera en que mis manos buscaban entre su hábito el despertar de una era, el refugio a mis dudas y erecciones inoportunas durante su sermón. Era ese manto negro lo que nos hacía imaginar ─a mí y todo niño-hombre sentado en un pupitre─ el movimiento de su cuerpo juvenil tras la cruz colgando de su cuello, la fricción de sus piernas al caminar por un pasillo vacío y la firmeza de sus senos, contra la cual ninguna otra monja en el instituto podía competir. Era muy bonita, o nos sentíamos cuando menos saciados por la juventud de su rostro y su risa, por su manera de rezar quedito y para sus adentros, como un suspiro para su propio alivio y no una imposición matutina para la grey ciega frente a ella. Nos hablaba de salvación eterna, y escuchándola queríamos rechazarla.
........Fue la vez que la sorprendí caminando hacia mí, en la soledad de un patio escolar acabadas las clases y el humo de un cigarro escapando como tos de mi garganta. Rogué a Dios, de manera más auténtica que nunca, que su furia no cayera sobre mí a través de ella, que no me condenara al infierno con los labios de tentación de su sierva. Miró en silencio las señales de humo saliendo de mi boca sin control, mis ojos llorosos en medio de un mar de piel rojiza y el temor en mis manos arrojando el cigarro al suelo para apoyar sobre él mi pie frenético como quien pisa un insecto. Y estábamos ahí, rodeados de nadie: un niño y su espejismo, un pecador y su redentor. Sin atreverme a hablar quise decirle que me perdonara, que no era lo que pensaba, que sí lo era, que me castigara, que era un hombre y no me importaba. Esperaba su condena, pero solo me sonrió, y quizás siempre fueron una misma cosa las dos. Me dijo con la misma voz en que predicaba cada oración, “ojalá te haya quedado otro para mí”, y sentí fe por primera vez. Fue el rozar de sus dedos con mi mano tambaleante, la ceniza encendiéndose y apagándose con cada inhalar desde su pecho y la manera en que el humo escapaba lento por sus labios, como caricia carente de soplido.
........Así nos reuníamos, en un patio vacío y un cigarro entre los dedos. Le decía, recostados sobre el pasto, que no siempre sentía a Dios en todos lados, y ella me respondía, apoyados contra alguna pared entre las sombras, qué tampoco lo hacía ella. Éramos dos extraños contando al otro todo lo que nunca fuimos, y sentía en cada palabra que se callaba una tristeza más allá de toda religión y toda iglesia. Podían escucharse entre los pasillos rumores de mil pasados que le pertenecían, historias que iban desde conventos y templos hasta calles que preferían no estar iluminadas, hasta vidas más duras de lo que cualquiera comprendía o imaginaba. Y todos anhelaban compartir cuantos pedazos de ella podían, ingeniándose versiones que se contradecían y se multiplicaban entre sus hechos de fantasía, pero nadie se atrevía a creer tan sólo en una. Se convirtió, sin darse cuenta, en la historia favorita de todos, la fascinación de lo desconocido, de lo que no se entiende; su imagen se volvió la visión que nadie quería realmente alcanzar y desenmascarar, sino que revoloteaban sobre ella sin perderla nunca de vista. Y quizás le pesaba aquella responsabilidad de ídolo, de alimentar con la ilusión que se le fue impuesta las mentes de todos: ser pureza esperando ser corrompida y malicia disfrazada de ángel.
........El viento de una tarde otoñal nos mantuvo juntos contra el pilar que nos hacía defensa contra el mundo, y nuestros cuerpos se oprimieron bajo un contacto que ninguno de los dos rompía, con la fricción de nuestros costados envuelta por el humo que el viento empujaba a prisa y se perdía para siempre. Y así en la cercanía me miraba, como rogando por un perdón, por una paz interna que nunca había encontrado y por cuya búsqueda ya se encontraba muy cansada. Nos besamos con labios calientes y mejillas frías, buscando en nuestras bocas el calor que prometía el final de sus dudas y el inicio de las mías, y se concretó en mí el deseo carnal que me acercaba tanto a lo indebido, a un castigo eterno que ya no me asustaba. Me entregué a su abrazo en el silencio del viento soplando a nuestro alrededor, y en su pecho me sentí salvado. Así se volvió aquello parte de nuestro ritual en cada encuentro, y en los puñados de ella a los que mis manos se aferraban descubrí la vida que me seguía y nos seguía a todos, la fiebre que recorría el cuerpo y lo movía con el instinto primitivo de dos piezas que finalmente encajan. Cada ocasión en que sus manos paseaban por mi espalda y jugaban con los botones de mi uniforme me alejaba más de la inocencia que portaba como estigma, y con mis labios y mis manos le decía que ya no la quería, que el hombre dentro de mí ya no la necesitaba, y así le dije adiós.

domingo, septiembre 30, 2012

Última carta de amor.

....Te dejo ir no porque no te quiero, sino porque te quiero lo suficiente. Conté muchos días y doblé todas sus noches, en pensarte y recordarte y extrañarte y querer olvidarte, en iglesias y albercas y billares y tequila. Hubo una historia completa entre los espacios que nos sobraban de vida, donde el inicio fue muy corto y el final fue muy amargo, y el acabar de cada capítulo me dejó siempre sin aliento. Al terminar te quiero como te quise cuando empezó todo, y te regalo cada suspiro y cada lágrima y cada sonrisa y cada latido y cada abrazo y cada mañana de esperar tu llegada. Te dejo ir porque hay alguien más que te espera, y puedes llevarte todo lo que me diste para dárselo a ella. Yo estaré bien, yo aprenderé a soltarte persona a persona en cuyos ojos quiera encontrarme con los tuyos. Y habrá un día en que ya no te estaré sujetando en ninguno de mis pasos, y me bastará haber vivido sólo y todo lo que me tocó vivir contigo. Te dejo ir para que te vaya muy bien sin mí, porque algún día volveremos a encontrarnos y te quiero encontrar feliz.