jueves, abril 09, 2009

demonios.

─Hola ─dijo con su voz de monstruo.

El niño rió y se llevó las manos a la boca,

─¿Quieres jugar? ─preguntó la voz.

El niño asintió con una sonrisa bajo las palmas y se enterró más bajo las sábanas.

─Juguemos, pues.

─No puedo ─sumió la cabeza en la almohada.

─¿Por qué no?

─Me tengo que dormir.

La voz de monstruo soltó un suspiro ronco, decepcionado. El niño lo miró fijamente, esperando que dijera algo más. Le gustaba hablar con él cuando hacia su voz de monstruo, lo hacía reír. Sabía que él lo estaba viendo, aunque no podía ver su cara en la oscuridad de la habitación.

─¿Por qué te tienes que dormir? ─preguntó al fin.

─Porque mi mamá dice.

─Oh, ¿y siempre le haces caso a tu mamá?

El niño asintió.

─¿Por qué?

─Porque si no, ya no me va a querer.

─Ah...

El niño miró la silueta a su lado un momento para después darle la espalda y cerrar los ojos. Se encontraba a punto de dormir cuando la voz se hizo escuchar nuevamente.

─¿Y tu mamá sabe que eres un mentiroso?

La pregunta fue como un golpe en el estomago del niño. Sintió la culpa jugando con sus entrañas. Cerró sus ojos con fuerza y pretendió no haber escuchado la pregunta. La odiaba, la risa del monstruo.

─¿Lo sabe? ─más como burla que como pregunta ─¿Sabe cuando no haces tu tarea?

─Cállate ─dijo el niño con voz quebrada.

Risa de monstruo. El niño se hizo un ovillo bajo las sábanas. Lo odiaba, odiaba su voz.

─¿Sabe las palabras que dices cuando estás en la escuela? ─empujó al niño.

Este pretendió nuevamente no sentir nada e intento perderse en otro pensamiento, Pero él le empujaba el hombro de nuevo.

─¿Sabe las cosas que ves con tus amigos? ─pregunto con agresividad, cual si sus propias preguntas lo molestaran.

 ─Vete ─chilló el niño.

─¿Sabe lo que haces cuando estás solo en el baño? ─lo empujaba.

─¡Cállate!

Silencio. Sólo la respiración pesada de monstruo se oía.

─Tu mama no va a quererte.

El niño volteó violentamente y empujó con fuerza a la silueta junto a él. Este cayó de la cama, pero nada se escuchó cuando golpeó el suelo. Sin ruido, sin risa, sin voz.

El niño encendió la lámpara sobre el buró a su lado. Se limpió las lágrimas del rostro y mantuvo sus manos sobre su cara por un tiempo. No miró al suelo, sabía que no habría nada ni nadie.

Y le dolía la garganta.