Pero no pensemos ahora en las personas que cambiaran nuestras vidas; pensemos en aquellas que pudieron hacerlo, pero que por distintas razones no tuvieron la oportunidad. Pensemos en la mujer que camina a nuestro lado entre la multitud rutinaria, en el compañero de trabajo cuyo nombre nunca recordamos al saludarlo por la mañana, en el niño que jugaba en la fuente cuando caminabas por la plaza. Y sus vidas seguirán como lo hará la nuestra: sentirán amor, sufrirán decepciones, se alegrarán, los acompañará la soledad, abrirán los ojos una mañana para descubrir el cielo y después los cerrarán para no volver a verlo. Pero eso, nosotros, no lo sabremos. Los recordaremos como aquella mujer entre la multitud, el compañero de trabajo, el niño en la fuente; y los olvidaremos quizás unos minutos más tarde para nunca más recordarlos, para no recordar que sus vidas, siendo tan valiosas como las nuestras, nunca se tocaron. Y ellos no recordarán nuestros rostros, ni imaginarán en dónde estaremos cincuenta y siete horas más tarde. O, tal vez, jamás se percataron de que alguien vivió a su lado por una fracción de segundo.
Así seguirá la vida, como un monton de lineas que, pudiendo tocarse, se pasaron de largo.