lunes, octubre 25, 2010

Recuerdo en una noche de invierno.

Aquí, en este callejón que ha visto mejores besos y bajo estrellas opacas, estamos cogiendo. Entro, salgo, entro, salgo; sintiendo el frío contenedor de metal en nuestros costados, lleno de la basura que será la cartilla de mañana. Te beso y me dices que te pica mi barba, que yo lo sé, que la corte, ay, que se encaja en tus mejillas. Pero sabes que no he podido, que el tiempo encandilándose bajo el sol no me alcanza para encontrar una navaja y que esta ciudad es tan nueva para mí como viejos le somos nosotros. Escucho tus dientes tiritar y tus brazos amarrándose a mi cuello, pero te das cuenta que el único calor que puedo darte es el de mi aliento saliendo como fantasma y el de nuestras entrepiernas al encontrarse. Siento doler el brazo, producto de alguna aguja infectada, y no te digo nada porque entonces también te dolería. Qué mal huele: las calles, la alcantarilla, tu cabello, nuestros cuerpos. Somos tan ajenos a este callejón que por hoy será nuestra casa, pero tan propios de sus olores y sabores. Y te aferro contra la pared para invadirte fuerte y entonces escuchar los gemidos que siempre tratas de callar y no lo logras, porque crees que a alguien le importan dos vagos cogiendo en la más temprana madrugada. “No termines adentro”, me alcanzas a decir entre alientos, y te callo con un beso. Separamos los labios para respirar en la respiración del otro, apenas imperceptibles en este mundo, inexistentes en el universo. Tus manos se clavan en mi espalda y te doy una última puñalada, como despedida en un orgasmo. El mundo cae fugazmente hasta el pavimento sucio y muere junto al pantalón enredado en mis tobillos: nuestro genocidio sin cadáveres. Respiras de los poros en mi hombro, yo respiro de ti. Nuestro aire ya está en calma, y escuchamos el silencio de nuestro éxtasis entre la sirena de alguna patrulla a seis cuadras y el chillar de una rata. Pero nace en tus pulmones el aire que retumba en tu garganta y articulan el sonido que sale por tus labios, el único que quiero escuchar y hace valer la pena esta mierda en que vivimos: “te quiero”. Siempre has sido el tesoro que hace brillar nuestra miseria.

2 comentarios:

Smily dijo...

Echaba de menos leerte. Relatos MUY originales que siempre me dejan boquiabierta!

Námzug. dijo...

Me dejas sin palabras, ¡es simplemente genial!